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[Yehwin tlahkwilohle noihki welis tiknawaixtlalos. / This story can also be read in English.]
Hay mucha tierra. Una anciana sentada bajo un árbol de guayaba limpia frijol negro. Es medio día. El cabello de la anciana es largo y cano, lo tiene trenzado. Canta tsin ta tak1, tsin ta tak, tsin ta tak. A lo lejos suena la voz de un hombre a través de un megáfono: “Quien quiera venir a comprar carne de puerco, en la casa de la señora Erlinda se está vendiendo, hay chicharrón y manteca, vengan, está muy rica la carne de puerco. Aquí estamos llamando a quien quiera carne de puerco”. La anciana escucha atentamente. Ya no canta. Está descalza en medio de un montículo de tierra suelta en el que descansa su silla de madera. Se levanta, el frijol que estaba sobre su falda cae sobre la tierra.
—Apresúrate, ¿no ves que ya se está vendiendo chicharrontlaltak? Rápido, llévame, vamos a comprar —dice en tono casi desesperado. Una mujer joven que ha estado bajo el montículo de tierra se levanta, se sacude la ropa, se arregla un poco.
—Sí, Velita, vamos —le contesta a la anciana. La anciana que no ha dejado de mirar hacia la puerta que da a la calle, indica a la joven que apague las velas. Tere las enciende una a una y las coloca verticalmente y en fila, como si de un telón teatral se tratara.
—Abuela, ¿por qué quieres que las apague?
—Las velas hay que apagarlas antes de salir. Si no lo haces, al volver, tu casa se habrá quemado. ¿No sabes que al fuego le gusta jugar? El fuego no se puede mantener quieto. Tiene vida, como nosotras, como tu lengua. Apresúrate, vámonos —dice con prisa.
La mujer joven vuelve al lado de la anciana. Se percata del frijol regado sobre la tierra, comienza a recogerlo. Al mirarla, la anciana comienza también a recoger el frijol. Sus manos arrugadas buscan desesperadas entre la tierra.
—¡Me levanté y regué todo! No vamos a alcanzar a comprar chicharrontlaltak.
El frijol se pierde entre la tierra.
—Qué importa que no alcancemos chicharrón, es solo chicharrón quemado. Además es muy duro, a mi ni me gusta, Velita. Pienso… por qué será que nos comemos la piel del marranito.
A lo lejos vuelve a escucharse: “Quien quiera venir a comprar carne de puerco, en la casa de la señora Erlinda se está vendiendo. Hay chicharrón y manteca. Vengan, está muy rica la carne de puerco. Aquí estamos llamando a quien quiera carne de puerco…”
—Tú piensas cualquier cosa, es muy rica la carne del marrano.
—¿Y por qué le dices chicharrón quemado?
—Me gusta como suena.
Las dos ríen.
—Cuéntame, Tere, ¿cómo es Nuevayor?
—Hay muchos edificios altísimos, Velita, con muchas luces. Los llaman rascacielos. Es bonito New York.
—No es verdad, aquí sí es hermoso…
—Pues sí, aquí con que subamos al cerro ya podemos hacerle cosquillas al cielo. Allá todos van rapidísimo. Hace mucho frío, Velita, mucho. Cuando llegué allá pensé que el viento me tiraría.
—¿No te asustaste?
—No, sólo lo pensé y me reí, estaba en el aeropuerto. El viento no me tiró, pero estaba fuerte.
—No vayas a perder ni un solo frijol. El frijol también es nuestra carne. Si los perdemos, mañana no tendremos qué comer y ahora sí que te tirará el aire.
Tere deja de escuchar a su abuela, se regocija en sus recuerdos.
—Después subimos a un taxi, nos llevó a Brooklyn. Cenamos en un restaurante de italianos, ¿ves el espagueti? Esa es comida italiana, sólo que ellos lo cocinan más rico.
—¿Eso comiste?
—No. Pedí algo que se llama minestrone soup y tomé vino, al final comí algo dulce típico italiano, pero no recuerdo como se llama. Cené riquísimo.
—¿Y no se te antojaron las tortillas?
—¿Tortillas? ¡Ni las recordé! Te digo que es muy rica la comida italiana.
Tere parece volver a saborear aquella cena. Ya ninguna de las dos habla. Después de unos minutos de silencio, la mujer anciana comienza a cantar nuevamente.
—Tsin ta tak tsin ta tak tsin ta tak…
—¿Por qué cantas eso? —pregunta Tere con una sonrisa cómplice.
—No te gusta?
—Me da risa.
—¿Entonces no te gusta?
—Me da risa, te digo.
—Te gusta. Tsin ta tak tsin ta tak tsin ta tak…
La anciana se sienta en su silla, observa a su nieta mientras sigue cantando. Parece no estar ahí. Tere continúa buscando afanosamente los frijoles perdidos entre la tierra. La anciana tiene ahora algo entre las manos, tal vez un pedazo de albahaca que tritura con las yemas de los dedos. Tiene las manos cerca de la cara, entre los labios y la nariz. No ha dejado de mirar a su nieta pero su cuerpo parece no estar ahí, como si flotara. De a poco comienza una letanía, parece hablarle a ese pedazo de albahaca que tiene entre los dedos:
—Gatitos, perros, tecolotes, hormiguitas, aves, alacranes, vengan por la enfermedad de esta joven, vengan por su tristeza enfermedad, llévenla lejos, allá en la punta del cerro libérenla. Gatos, golondrinas, perros, aves, marranitos, vengan por esta enfermedad, llévense esta tristeza enfermedad donde crece agua pura…
Tere comienza a suspirar, siente escalofríos, ahora parece frágil, como un ave pequeña incapaz de volar. Ha oscurecido.
—Abuela, ¿por qué cantas tsin ta tak tsin ta tak?
—Gatitos, perros, tecolotes, hormiguitas, aves, alacranes, vengan por la enfermedad de esta joven, vengan por su tristeza enfermedad, llévenla lejos, allá en la punta del cerro libérenla. Gatos, golondrinas, perros, aves, marranitos, vengan por esta enfermedad, llévense esta tristeza enfermedad donde crece agua pura.
—Velita, está oscureciendo, enciéndeme las velas.
El cuerpo de Tere se ovilla sobre la tierra. La anciana se acerca a ella lentamente, sin dejar de mirarla. Ahora ya con una sola mano tritura la albahaca, con la otra toma puños de tierra y amorosamente la vierte sobre el cuerpo de su nieta. No ha dejado de repetir su letanía:
—Gatitos, perros, tecolotes, hormigas, aves, alacranes, vengan por la enfermedad de esta joven, vengan por su tristeza enfermedad, llévenla lejos, allá en la punta del cerro libérenla. Gatos, golondrinas, perros, aves, marranitos, vengan por esta enfermedad, llévense esta tristeza enfermedad donde crece agua pura…
Tere tiembla, es evidente en su cuerpo que el llanto la abraza, que estaba contenido. La tierra resbala de su cuerpo ovillado. La abuela insiste en cubrirla con ella. Tere se abraza como una niña pequeña, como un bebé. Su llanto cada vez es más fuerte e incontenible. La abuela deja la tierra, la albahaca y su letanía. Se pone de pie, suavemente camina hacia las velas. Las apaga una a una. Lleva sus dedos índice y pulgar a la boca para bañarlos en saliva, después los pone sobre la mecha encendida de cada vela y las aprieta. Con cada una se toma su tiempo, las respeta. Apaga su luz con mucho cuidado, como si las besara.
1. Tsintatak se usa para referirse a las personas que no se están quietas. [volver]