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La evoco ahora: la tarde fría, el jardín insólito, las enredaderas, los pináculos, los charcos en curiosas figuras chinescas. Otra vez la vieja mansión de los pájaros, el sonar de un timbre en la puerta de entrada, la consigna de los ciclos, el paso suave de los animales de presa, abiertos y vivaces, la mirada inexistente de las estatuas, el brote continuo de agua podrida entre las rocas resquebrajadas. Todo el paisaje, vagamente sepia, vagamente negro, entre las piernas blancas de una mujer dormida, alrededor de la postal envejecida sobre la capa azulada de polvo. En el recipiente hay también, mezcladas, varias cartas de la baraja profesional, unas cuentas de vidrio y hojas secas de textura fibrosa, todo sobre el fondo verde de cristal soplado. Tu fotografía, rayada por los elementos, cae, ondulante, sobre la boca del frasco. Veo por última vez tus cabellos desvanecerse tras la tapa, en una masa polvosa, cuando las hojas secas, resquebrajándose, cubren el conjunto en una película gris y suave. Después recuerdo tus palabras, siempre unidas interiormente con la sucesión de imágenes y situaciones: “El sueño realiza las ocultas maquinaciones de la voluntad, pero el sueño de la razón produce monstruos”. Y tus dientes, blanquecinos, dando largos espasmos unidos a tu lengua, en el momento en que tus palabras perdían un significado concreto y adquirían nuevos matices, más recónditos y profundos. En realidad miento con todo retrato, y tus cualidades parecen inexistentes. Todo: tu figura queda vigente para unos cuantos, ahí, bajo los márgenes de tu fotografía, tu existencia se plasma como un daguerrotipo, tu vida consiste en un simple dibujo sobre una superficie brillante, en esa imagen que sólo depende de los ideales, cuyo diagrama se basa en vagas relaciones, en intentos infructuosos y torpes concreciones literarias. Tras algunos recuerdos e impresiones, te desvaneces, escondida, turbia, inaccesible, como ironizando tu vieja frase de: “La soledad de la muerte supera todas las demás”, indicándote a ti misma y utilizando todos los vuelos verbales, las grandes oraciones, los detalles minúsculos, con esa voluntad de identificación que supera incluso las edades, dejándome a mí, al espectador, al receptor, con esa extraña facultad realizadora de tus ambiciones ocultas, comunicándolas, concretándolas materialmente. Y ahora que, lúgubres, las arañas caen sobre la yerba y las cortinas se mueven dejando entrever un sórdido paisaje lunar de reminiscencias románicas, piedras y moho, arcos en perfecta circunferencia, cuando no estoy en el mismo sitio en que comencé la cuartilla, sino en el lugar de la noche y el alba, ahora que tu figura se levanta, se aclara, se despliega, vibrando, y anuncia un nuevo renacer, sé que podrás estar ahí, hablándome siempre de ti, monologando con tu interlocutor, en tales o cuales condiciones, como el personaje indistinto que, tras el camino y el follaje, nos observaba en ciertas ocasiones, reprobatoria y paternalmente, sé que tu presencia sigue hostigándome, negándose a desaparecer por completo, instalándose en cierto lugar privilegiado, como un mal pensamiento, repitiendo con obstinación tus gestos más pertinaces, aún los menos comunes, retándome casi a duelo, indicando con tus dedos alguna región de tu cuerpo, el centro de la frente, el pecho, el vientre, pronunciando palabras cercanas (“Estoy aquí”), obsesivas (“Mírame”), convincentes (“Tócame”). Diríase que logras, con tus esfuerzos infructuosos, retornar de cierta forma a la vida, o por lo menos a lo que deberíamos llamar un estado relativamente lúcido, consciente, desconcertante de existencia. “El estado de agonía,” como hubieras podido decir y nunca dijiste, “el simple estado de razón”. “Torturado”, conversaríamos, “Indiferente” proseguiríamos. “Como cualquier forma elemental que palpite, sufra y reaccione”, pero aún no. Y la resaca de los acontecimientos deja morir el tiempo, al paso de los años convertidos en segundos, en partículas de la nada, situaciones de vacío dominadas por la niebla que se prolonga a través de alguna época indistinta, hasta el encendido pausado de las linternas, en un tiempo siempre presente, siempre revelado en sus distintas fases, siempre negación de sí mismo, siempre implacable. Quiero hablar sobre el tiempo, los relojes y las horas cuando respiro la atmósfera pesada, el frío vapor del queroseno y el humo desperdigado entre los recodos de la estancia. Entonces el tiempo se expresa con todo su poder y me llena, rodeándome en una aureola embriagante, como el hashish o cáñamo, espeso, vacuo, negro. Absorbo trozos de tiempo y mis pulmones exhalan la rica mezcla. Es el instante en que los dos opuestos están enlazados y el símbolo Escorpión los idealiza: una insignia flameante y perfecta, como el sonido del agua, como la fuente misma.



Emiliano González es un escritor de ficción, poeta y ensayista, así como un estudioso de los movimientos literarios simbolista y de vanguardia de Europa y de las Américas. En 1978 obtuvo el premio Xavier Villaurrutia por su libro Los sueños de la bella durmiente. En palabras de Augusto Monterroso, es “el primero y único autor mexicano que se ha arrojado de verdad y con entero valor al fondo de la literatura mágica.”

Emiliano González is a writer of fiction, poet, and essayist, as well as a student of the symbolist and avant-garde literary movements of Europe and the Americas. In 1978, he was granted the Xavier Villaurrutia Award for his book Los sueños de la bella durmiente. In the words of Augusto Monterroso, he “is the first and only Mexican author who has courageously and wholeheartedly dived into the depths of magic literature.”
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24 Mar 2025

The winner is the one with the most living wasps
Every insect was a chalk outline of agony / defined, evaluated, ranked / by how much it hurt
In this episode of the Strange Horizons Fiction podcast, Michael Ireland presents Reprise by Samantha Lane Murphy, read by Emmie Christie. Subscribe to the Strange Horizons podcast: Spotify
Black speculative poetry works this way too. It’s text that is flexible and immediate. It’s a safe space to explore Afrocentric text rooted in story, song, dance, rhythm that natural flows from my intrinsic self. It’s text that has a lot of hurt, as in pain, and a lot of healing—an acceptance of self, black is beauty, despite what the slave trade, colonialism, racism, social injustice might tell us.
It’s not that I never read realistic fiction and not that I don’t like it. It’s just that sometimes I don’t get it. I know realistic fiction, speculative fiction, and genre fiction are just terms we made up to sell more narrative, but I’m skeptical of how the expectations and norms of realism lurk, largely uninterrogated or even fully articulated, in the way readers, editors, and publishers interact with work that purports to depict quote unquote real life.  Most broadly defined, realistic stories depict the quotidian and accurately reproduce the daily events, characters, and settings of the world we live
Issue 17 Mar 2025
Issue 10 Mar 2025
By: Holli Mintzer
Podcast read by: Emmie Christie
Issue 3 Mar 2025
Issue 24 Feb 2025
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Podcast read by: Claire McNerney
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By: Michelle Kulwicki
Podcast read by: Emmie Christie
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By: Samantha Murray
Podcast read by: Jenna Hanchey
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