Ronnie Medellín comienza su segunda novela, El infierno es aquí: Recursos Humanos (Camelot, América, 2018), en un ambiente inofensivo que pronto se ve perturbado: un edificio de oficinas donde unos cuantos eventos inexplicables destruyen la adormecedora paz de la vida de los trabajadores. La novela comienza con un tono muy sugerente, cuando un oficinista, Miguel, despierta de una siesta por el ruido de una alarma que nunca había escuchado antes en el edificio y que no parece detenerse. Miguel cree que está solo hasta que se encuentra con su colega, Juan, quien en un principio actúa como si no estuviera pasando nada extraño: tuvieron que quedarse solos en la oficina para trabajar horas extras, y están esperando a que la conexión a Internet regrese para poder terminar sus tareas e irse a casa. La narración se mueve entonces al piso de arriba, el departamento de Recursos Humanos, donde Mauricio—introvertido, relativamente nuevo en el trabajo y, a sus 25 años, el más joven del grupo—y Julián, su compañero de departamento agresivo y oportunista, encuentran el cuerpo de su jefe en la oficina de éste. Abajo, Miguel y Juan descubren un rastro de sangre que se ha filtrado desde el piso de arriba y telefonean a Recursos Humanos para averiguar qué está sucediendo. A partir de ahí, las acciones, reacciones y transformaciones de estos cuatro hombres estarán conectadas.
Muchos de los elementos presentes en El infierno es aquí habían sido ya esbozados y explorados en obras anteriores de Medellín, conformadas por dos colecciones de cuentos, Asesinos accidentes (Pictographia, 2013) e Instantes de muerte (Ediciones Torbellino, 2015), así como la novela Dieciséis toneladas (Tierra Adentro, 2016), ganadora del prestigioso Premio Nacional de Novela Joven José Revueltas. Medellín, un ávido lector de ciencia ficción, horror y todo lo fantástico, incorpora y mezcla elementos de estos géneros con el policial y el noir. Las leyendas y los cuentos orales, tan predominantes en la conciencia mexicana, también se filtran en estas narraciones, y el tema de la magia y la brujería fue señalado durante la promoción y la recepción inicial de su primera novela.
Las narraciones de Medellín suelen incorporar humor negro e ironía, personajes que están abrumados y adormecidos por sus existencias insatisfactorias. Sobre todo, aparecen hombres que están conscientes, en cierta forma, de sus masculinidades tóxicas y la manera en que tratan a las mujeres, pero que, a pesar de esta conciencia, son incapaces —o se rehúsan— a cambiar. Estos hombres, como Rafael en Dieciséis toneladas y Mauricio en El infierno es aquí, suelen imaginarse a sí mismos como personajes de cine, televisión y literatura. El arte y la ficción son para ellos formas de escapismo y representan todo lo que sus vidas no son. Esto explica por qué cuando sus existencias monótonas son descarriladas por un acontecimiento espantoso, a ellos les parece, en un principio, emocionante y estimulante, y casi lo celebran.
Medellín suele acompañar sus historias con una banda sonora. En Dieciséis toneladas, era el blues. En El infierno es aquí, “The Sound of Silence” de Simon and Garfunkel ayuda a establecer el tono desde el principio, invocando una atmósfera donde lo cotidiano y lo fantástico se entremezclan. Los elementos místicos y proféticos de la canción presagian cómo se desarrollarán los acontecimientos en la novela, y este desarrollo es, a su vez, acompañado por “In-A-Gadda-Da-Vida” de Iron Butterfly.
Aunque sus historias anteriores se llevan a cabo en espacios urbanos y las calles, rincones y esquinas que los constituyen, en su segunda novela, Medellín cerca toda la acción en un edificio de oficinas. Mientras que algunas de obras anteriores se llevaban a cabo en México y, en ocasiones, en ciudades que recuerdan a San Luis Potosí, donde Medellín ha vivido la mayor parte de su vida, El infierno es aquí podría ocurrir en cualquier lugar. Sólo unos cuantos coloquialismos y expresiones en los diálogos (como chingar, ese verbo polisémico siempre presente en nuestras lenguas y en las de los personajes) le dan al lector algunas pistas de que la acción está teniendo lugar en México. Pero, sin duda, la novela alberga una sensación de universalidad. Las vicisitudes de los oficinistas —el aburrimiento, la explotación y las malas condiciones de trabajo— son preponderantes en la mayoría de las sociedades capitalistas.
Se trata, quizá, de una señal de los tiempos. Otras obras contemporáneas, producidas en otras lenguas, también encuentran en el lugar de trabajo un ambiente idóneo para la ciencia ficción y el horror, incluso en diferentes medios. En años recientes, podcasts en inglés, como The Magnus Archives y Wolf 359, han incorporado tales elementos en un medio diferente y en un formato más largo. TMA comienza como una antología de horror, con un archivista que poco a poco va completando la aburrida tarea de grabar en audio testimonios de supuestos eventos sobrenaturales para que sean estudiados. Pero pronto el oyente se da cuenta de que los testimonios están conectados y que los trabajadores que lidian con ellos están siendo arrastrados hacia algo mucho más grande que lo que sus responsabilidades de trabajo implican y a lo que no consintieron. De manera similar, Wolf 359 se ocupa de la relación de trabajo y las aventuras del día a día de un grupo de investigadores en una estación espacial que orbita la estrella Wolf 359. No obstante, pronto somos testigos de que los peligros dentro de la estación, dentro de este ambiente de trabajo único que se ha convertido en lo cotidiano, lo rutinario, son tan alarmantes e inmensos como los que se ocultan en el espacio exterior. En la novela de Medellín, de manera similar, el microcosmos del edificio de las oficinas, los cubículos, la recepción, la oficina del conserje, es tocado por lo siniestro y transformado en una entidad amenazadora de la que es imposible escapar.
En El infierno es aquí, hay una fuerte crítica al trabajo de oficinista y a todo lo que implica. Medellín lo logra a dos niveles: el metafórico o simbólico, con los eventos terribles que se desatan en la oficina y que arrastran a los personajes de un plan a otro y de una paranoia a otra, y en el nivel claro y directo de la enunciación. En sus pensamientos y diálogos, los personajes reflexionan sobre sus acciones en el trabajo, cómo se aprovechan o planean aprovecharse de otros para hacer avanzar su carrera, y lo que esto le está haciendo a su personalidad y su sentido de identidad. Miguel, atrapado en un puesto mediocre porque se rehúsa a traicionar y a usar a otras personas como escalones, complementa y se opone a Julián —carismático, pero, en última instancia, un inútil— quien ha sobrevivido y logrado ascensos robándose las ideas de los demás y tramando cómo quitarlos de su camino. Julián ve la muerte de su jefe como una oportunidad para subir de puesto, y su oposición inicial a llamar a la policía es causada por la preocupación de que su participación en la investigación como testigo pueda dañar sus posibilidades de ascenso. Miguel es joven y realiza el trabajo, como todos los demás, no por pasión sino porque necesita un salario para sobrevivir. De hecho, los personajes, aunque recuerdan sus cargos, no se pueden acordar de qué era lo que se suponía que tenían que estar haciendo tan tarde en la oficina, lo que añade a la sensación de que todos los días son iguales y todas las tareas carecen de sentido. Juan, por otro lado, es un hombre aburrido, que cree que el fracaso de su matrimonio fue provocado por su gordura, sus inexistentes habilidades como amante y, en general, su falta de espíritu e imaginación. La gordofobia que Juan sufre, internalizada y de otros tipos, es un elemento clave para su personaje y parte de lo que detona su transformación a través de la novela de niño acosado a guerrero violento y sediento de sangre.
Debe señalarse que la única forma en que las mujeres aparecen en esta novela es en los pensamientos y memorias de los hombres que las aman o que tenían interés sexual en ellas. Hay una clase de denuncia, sin embargo, de la capa de hostilidad que se añade a lo que las mujeres experimentan en los espacios de la oficina —además de lidiar con todo lo que sus colegas varones lidian, las mujeres también deben navegar las proposiciones sexuales de sus compañeros y jefes— pero sus propias voces están ausentes de la narración en este caso.
En la promoción que recibió Dieciséis toneladas, se hacía común énfasis en los aspectos noir de la novela, como los asesinatos por resolver, los agentes de la ley —con enormes defectos— encargados de resolverlos y los aspectos políticos que siempre acompañan este tipo de narraciones en México: sobre todo, el retrato de la corrupción y de la complicidad entre autoridades y criminales, la poca preocupación por la legalidad, la justicia o la compensación. No obstante, también se señaló que Dieciséis toneladas es una narración fantástica, género que ahora goza de gran prestigio e interés tanto entre los lectores como entre las editoriales, los críticos y las autoridades culturales. No es extraño que los autores de literatura policiaca o noir en México sean también apasionados lectores y escritores de ciencia ficción: Rafael Bernal, el autor de una de las más famosas novelas de noir mexicano, El complot mongol (1969), también escribió ciencia ficción, al igual que Paco Ignacio Taibo II, quien, a su vez, dirige una de las instituciones literarias más importantes de México: el Fondo de Cultura Económica. Medellín, en ese sentido, se está insertando en una tradición en la literatura mexicana, tradición que sólo ha superado su marginalidad en décadas recientes.
En efecto, Medellín nos da la clave para leer El infierno es aquí y nos señala hacia qué corrientes quiere afiliarse en la nota del autor que precede a la novela, donde menciona la novela Laberinto de muerte de Philip K. Dick y las tres deidades presentes en ella, así como a Peter J. Carroll y la magia(k) del caos. Esta nota nos dice que los primeros acontecimientos de El infierno es aquí son más que una historia de misterio y que su solución está entrelazada con fuerzas más grandes de lo que los personajes pueden comprender. La novela es, en ese sentido, tanto una crítica del capitalismo y de un ambiente de trabajo que no sólo nos hace desear la destrucción total, sino que nos hace trabajar de forma activa hacia ella, como una novela especulativa que utiliza dioses caóticos y extraños cuya intervención en el mundo es aleatoria e imposible de replicar.
Si se reduce El infierno es aquí a sus elementos esenciales, puede verse que Medellín toma temas clásicos de la literatura —“ten cuidado con lo que deseas”, lo siniestro, la transformación de lo cotidiano en una fuerza destructiva y amenazadora, entre otros— y juega con ellos en un escenario que lo ayuda a criticar el capitalismo y cómo adormece los sentidos, las mentes y los espíritus de los oficinistas. El resultado es una narración perturbadora que intriga, divierte e involucra profundamente al lector. A pesar de mis dudas, me encontré deseando que le fuera bien a estos héroes extraños; esperaba que hubiera un desenlace positivo para ellos. Pero no hay leyes ni moral para la deidad que juega con ellos, y pronto me sentí arrastrada por el terror y el caos que los personajes estaban viviendo. Es una novela fascinante de un autor que, aunque todavía joven y en una etapa inicial de su carrera, tiene una idea clara de lo que quiere que sea su literatura. Esperemos que no sea la última de sus obras.