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[This story can also be read in English.]

—Nos vemos around seven —le dijo doña Rafaela cuando hablaron por teléfono.

Bromelia vuelve a tocar. Se asoma por la ventana, pero adentro está oscuro. Toma el picaporte y, al girarlo, descubre que la casa está abierta. Cuando se asoma, la golpea un olor a salvia quemada.

—Hello? —Solo se escucha el eco de su voz—. ¿Doña Rafaela? It’s me. Bromelia. Hablé por lo del cuarto disponible.

Después de que Bromelia lanzara una lámpara y rompiera una puerta de vidrio, su roommate había declarado que tenía un problema de alcoholismo y le había pedido que se fuera.

—Ni siquiera me acuerdo —le dijo Bromelia a su novia cuando le pidió ayuda para encontrar dónde vivir. Dahlia le pasó el contacto de una amiga de su familia.

Las casas de la cuadra donde vive doña Rafaela son de color pastel. Todas menos la suya, que es una casa gris de dos pisos con una torre cuyo capitel apunta hacia el cielo.

Bromelia entra a la casa y tienta la pared buscando el apagador. Sobre su cabeza hay un candelabro de cristal, a su derecha, una escalera de caracol da al segundo piso y a su izquierda, un pasillo que lleva hacia otra habitación.

“¿Hola?” dice, pero nadie contesta.

Antes de llegar a la cocina, Bromelia se topa con una puerta entreabierta. Puede oír murmullos y gemidos. Antes de que pueda alcanzar el picaporte, alguien detrás de ella empuja la puerta y la cierra. Bromelia siente que su corazón se agita.

—Niña, ¿adónde vas?

—Fuck —dice Bromelia. El olor a humo de salvia se intensifica.

—Ven conmigo —le dice la anciana antes de tomar su mano y guiarla hacia el vestíbulo. La mujer es pequeña, gruesa y lleva el cabello gris en una trenza.

—¿Doña Rafaela?

El olor a humo le está dando dolor de cabeza.

—¿Quién más, niña? Yo no acostumbro a dar la vuelta por casas ajenas.

Doña Rafaela se acomoda el rebozo rojo y agita el manojo de salvia encendida frente al pecho de Bromelia. La toma del hombro y le da la vuelta para cubrirla completamente con el humo.

—¿Qué es esto? —pregunta Bromelia que se siente como una muñeca de trapo bajo la fuerza inesperada de doña Rafaela.

—No necesitamos más energía negativa en esta casa, you see?

Bromelia trata de disipar el humo con las manos.

—Soy Bromelia —extiende una mano hacia doña Rafaela, pero la anciana camina sin hacerle caso y envuelve el marco de la puerta en humo.

—I know. Te oí desde el sótano. Tus gritos se oyen por toda la casa.

—Oh —Bromelia se ajusta su morral. Las dos botellas de Svedka que compró tintinean al golpearse una contra la otra. Doña Rafaela la mira de arriba a abajo.

—Grab your things y sígueme.

Bromelia sube las escaleras hacia el segundo piso detrás de ella. En varios sitios, el papel tapiz de flores está rasgado y despintado, como si alguien hubiera intentado arrancarlo con las uñas. Mientras sube, Bromelia acaricia los bordes con un dedo. El contraste entre el polvo mullido y el borde afilado del papel le provoca escalofríos.

Se detienen frente a una puerta al final del pasillo.

—Este es tu cuarto —dice doña Rafaela y después señala la puerta contraria—: Y este es el mío. It’s off limits, pero compartimos la cocina.

—Sí, doña Rafaela.

—Bienvenida.

Doña Rafaela camina de regreso, pero se detiene junto a la escalera. Mira a Bromelia y dice:

—El sótano también está off limits, niña.


Es un cuarto pequeño. Apoyada contra la pared hay una cama individual cubierta por una cobija San Marcos de color azul con el diseño de un tigre. También hay un clóset y un librero de madera. Las paredes están tapizadas con papel blanco en el que se repite una misma escena: una mujer sentada junto al río está apoyada en un árbol y el cielo está poblado de nubes esponjosas. Bromelia desempaca y se sienta en la mesa para mirar por la ventana. Entre la oscuridad de la calle principal y las luces encendidas del cuarto, solo es capaz de ver su reflejo. Toma una de las botellas de Svedka y una lata de Coca-Cola ya tibia. Abre la lata y bebe un trago antes de llenarla de vodka. Bebe de nuevo, hace una mueca y sirve más vodka en la lata. Cada día se parece más a su madre. Tienen el mismo cabello oscuro, los mismo ojos grandes y castaños y la misma sonrisa torcida. Bromelia no ha hablado con ella en meses, no desde que su padre la golpeó por milésima vez.

—Tienes que dejarlo —le había dicho Bromelia, arrodillada junto a su mamá.

—And go where? ¿Tú me vas a mantener?

Su madre apenas podía abrir el ojo izquierdo, pero Bromelia distinguió el resentimiento que había visto muchas veces antes, cuando le pedía a ella y a sus hermanas menores que la rescataran.

—No puedo más. Not anymore —había dicho Bromelia.

Desde entonces, Bromelia había guardado distancia. Y su madre hizo lo mismo, después de acusarla de ser una “selfish, agringada, malagradecida”.

Bromelia se pone a estudiar para sus clases hasta que la interrumpe el sonido de pasos afuera de su cuarto. Se le revuelve el estómago con cada rechinido del suelo. Las pisadas suenan cada vez más fuerte. Bromelia se acerca a la puerta y apoya la oreja contra la madera. Silencio.

Beep, beep, beep. Da un salto y, fastidiada consigo misma, hace una mueca.

¿Cómo andas?, dice el mensaje de Dahlia.

La casa es muy creepy and the old lady’s kinda weird, pero todo bien.

LOL. No es weird. Es una curandera. Te lo dije.

I guess. Tengo clase mañana temprano. Love you.

Después de varias latas de Coca-Cola y vodka, Bromelia esconde las botellas de Svedka en el cajón inferior del escritorio.

El llanto la despierta a la mitad de la noche. Bromelia está mareada, siente la cabeza pesada y su boca tiene un regusto amargo. Se destapa y trata de levantarse, pero siente que el cuarto está girando así que se acuesta de nuevo.

“Qué chingados”.

Respira profundo y se apoya en la orilla de la cama para encontrar la puerta. Enciende la función de linterna de su celular y trata de distinguir algún ruido. El llanto suena como un lamento, como un gemido, como la melancolía misma. Se le viene a la cabeza la imagen de la Llorona.

“Fuck, no”, Bromelia se apoya en el marco de la puerta.

Los latidos acelerados de su corazón le retumban en los oídos. El llanto continúa. Siempre imaginó que así sonaría la Llorona, desde que era niña y las mujeres de su familia le contaban la historia.

“Pórtate bien o I’m calling la Llorona pa que te lleve”, le decía su madre para asustarla.

“La Llorona todavía está llorando por un hombre bueno-para-nada. Don’t waste your time, mija”, le advertía su tía.

“Una mujer is nothing without her husband and children. Mira cómo quedó la Llorona”, decía su abuela con desdén.

Bromelia se apoya en el barandal cuando baja hacia el vestíbulo. Está mareada y todo está oscuro. Solo puede ver lo que ilumina la linterna. El llanto suena más fuerte. Desde el primer escalón, distingue un haz de luz que se escapa por debajo de la puerta del sótano.

—Niña, it’s late. Vete a dormir.

La voz sorprende a Bromelia que suelta el celular. El cuarto no deja de dar vueltas.

—Niña, ¿qué haces?

—Yo… —Bromelia se agacha a recoger el celular. Se apoya contra la pared para sostenerse y apunta la luz hacia la voz.

—What the fff… —la voz de Bromelia se rompe.

Frente a ella se encuentra una figura luminosa, alta, con el cabello largo y negro, que trae puesto un vestido blanco y vaporoso. La figura estira la mano para tocar la frente de Bromelia y una sensación cálida la recorre. Cierra los ojos y comienza a llorar.

—Doña Rafaela —murmura.

—Ay, mi niña. You’re not ready. Vuelve a la cama.


Cuando Bromelia abre los ojos, está en su cama y el sol entra por la ventana. Le punza la cabeza. Checa su teléfono y tiene un mensaje de Dahlia: Buenos días, sunshine.

Fuera de la música que viene desde la planta baja, el resto de la casa está en silencio.

Anoche soñé algo rarísimo. Te cuento después. Late for class. Love you.

Después de vestirse, Bromelia baja las escaleras para salir. Se encuentra a doña Rafaela (bajita, vieja, gruesa) en la cocina bailando y cantando “Como la flor” usando un peine como micrófono.

“Pero, ay ay ay cómo me duele”, canta doña Rafaela.

Bromelia lanza una mirada hacia la puerta del sótano y siente el mismo calorcito de la noche anterior que la recorre desde la frente hasta el pecho. Su estómago da un vuelco por el olor a humo de salvia. Sale de la casa y el aire frío de otoño la despeja. Se traga las náuseas para no vomitar.


Han pasado varias semanas desde la última vez que escuchó los lamentos en la casa. “Tal vez solo era la anciana”, se dice a sí misma, pensando en su llanto de la primera noche. La anciana siempre está ocupada, la visitan mujeres que vienen a la casa preguntando por limpias o lecturas de Tarot, o para recoger hierbas frescas y secas.

Bromelia entra a la casa con el morral pegado al cuerpo para que las botellas de Svedka no suenen. Escucha el llanto de una mujer y se le eriza la piel.

—Let go, mija —escucha la voz de doña Rafaela.

Bromelia se encoge de hombros y agita la cabeza. En la cocina se encuentra a doña Rafaela sentada frente a una mujer que está llorando. Bromelia se siente más tranquila al ver que el llanto proviene de una persona de carne y hueso. Cuando entra a la cocina para tomar un vaso de agua con hielo, las mujeres ni siquiera la miran.

En su cuarto, después de media botella de vodka y de escribir como 1537 pinches palabras, deja de prestar atención a la pantalla de su laptop. El eco del llanto recorre toda la casa.

“¿Sigue llorando?”

Irritada, Bromelia baja las escaleras con su teléfono en modo linterna. No hay nadie en la cocina, pero la puerta del sótano se abre sola antes de que toque el picaporte. Todos los huesos de su cuerpo le dicen que lo más lógico es salir huyendo.

—Let go, mija, déjalo salir —escucha la voz de doña Rafaela.

Bromelia trata de llamar a Dahlia, pero solo consigue apagar la función de linterna. La oscuridad le da miedo y el llanto se escucha tan fuerte que los chillidos le lastiman los oídos. Se los tapa y tienta la pared buscando el apagador. El miedo le impide moverse mucho. Algunas lágrimas comienzan a rodar por sus cachetes. Se apoya en la puerta y esconde la cara en las manos. Entre la oscuridad, aparece una luz ámbar. Abre los ojos y se encuentra con que la escalera hacia el sótano está iluminada. Bromelia duda, pero comienza a bajar.

En el fondo del cuarto, una mujer que brilla está cubriendo con un rebozo rojo a otra mujer que llora hincada en el suelo. Frente a ellas está sentada una niña pequeña que usa un vestido color morado oscuro. Está mojada de pies a cabeza, tiene el cabello pegado a la cara y cada gota de agua golpea el suelo con un estruendo. Los ojos de la niña se encuentran con los de Bromelia.

“Ni madres. I’m out”, dice y corre escaleras arriba, hasta el segundo piso, hasta su cuarto. Cierra la puerta.

“What the fuck”, titubea un momento, pero después llama a Dahlia. Cuando no contesta, le manda un mensaje:

No sé qué chingados acaba de pasar.

Se sienta en su cama y espera a que Dahlia le conteste. Cierra los ojos y se limpia la cara. Cuando los vuelve a abrir, está metida en la cama y el sol brilla a través de la ventana.

Checa su teléfono, pero Dahlia no ha respondido. Entra a ver los mensajes enviados y no encuentra el que envió la noche anterior. “A la chingada”, piensa, y la llama.

—¿Bueno? —Dahlia suena dormida.

—¿Te mandé un mensaje anoche? Estoy segura de que te escribí, pero no veo el mensaje en la conversación.

Escucha un suspiro en el otro lado de la línea.

—¿Bebiste de más?

—¿Qué? No. Well, maybe, pero no tanto como para no acordarme.

El estómago de Bromelia se tensa. Quisiera poder enfadarse cuando la acusan de beber demasiado, pero a la vez se siente culpable cuando le miente a su novia.

—Tal vez fue un sueño —escucha a Dahlia bostezar.

—Yeah, puede ser —Bromelia se detiene antes de contarle sobre el llanto y las mujeres que brillan en la oscuridad. Tal vez sí estaba borracha y lo soñó todo—. ¿Cuándo vas a venir a pasar la noche?

—¿Este fin de semana? ¿Qué te parece?

—Sí, suena bien.

—Okey. Nos vemos pronto entonces. Pídele a doña Rafaela algo para la ansiedad. Y trata de no beber tanto.

Silencio. A Bromelia le duele el pecho.

—Nos vemos pronto. I love you.


Cuando Bromelia está por salir de casa, escucha otra vez a doña Rafaela bailando en la cocina. Cierra la puerta de la entrada y camina en dirección contraria. Un escalofrío la recorre cuando pasa junto a la puerta del sótano.

Doña Rafaela está cantando: “Dicen que no tengo duelo, Llorona, porque no me ven llorar. Dicen que no tengo duelo, Llorona, porque no me ven llorar”. Bromelia reconoce la voz de Chavela Vargas de fondo. Se le llenan los ojos de lágrimas; la canción le recuerda a su madre, quien solía tararearla cuando le trenzaba el cabello.

—Buenos días, doña Rafaela —dice después de carraspear.

Doña Rafaela suelta la espátula-micrófono.

—Ay, niña. You can’t sneak up on old people! Me asustaste.

Doña Rafaela abre uno de los gabinetes y saca un frasco con azúcar. Toma una cucharadita y se la mete a la boca.

—Here —le ofrece a Bromelia una cuchara limpia—. Sugar para el susto. Parece que viste al Diablo.

Bromelia mete la cuchara en el frasco y después se la lleva a la boca. El azúcar está tibia. La siente pasar de su lengua a su garganta y llegar hasta su estómago. El calor se extiende por su cuerpo y le entran ganas de llorar. Respira hondo.

—Si lo sacas, you’ll feel better.

El cuerpo de Bromelia se tensa, pero doña Rafaela le sonríe y suspira:

—Lo que sea que quieras decirme, está bien. I’ve had enough daughters como para saber cuándo quieren decir algo, pero se quedan calladas.

Bromelia aprieta los labios y dice:

—¿Tiene algo para los nervios? No he podido dormir bien.

—Pero por supuesto —dice doña Rafaela y recoge la espátula. Abre otro gabinete y saca una bolsita de tela—. Lavanda will settle your nerves. También es buena for an aching soul, yo digo. Tell me, ¿quién llora por las noches?

—¿Qué? —a Bromelia se le corta la respiración.

Doña Rafaela pone una taza de té de lavanda frente a ella.

—Creo que cuando nos preocupan nuestros seres queridos, es muy difícil dormir bien. Don’t you think?

—I… —Bromelia toma un poco de té—. I just… No sé… He estado escuchando cosas. Y pensé que había visto… I’m not sure. Pensé que estaba teniendo más pesadillas de lo normal.

—¿Has hablado con tu mamá últimamente? A veces el universo usa nuestros sueños para mandarnos mensajes.

Bromelia aprieta los dientes. No quiere pensar cómo abandonó a su madre y a sus hermanas a su suerte.

—Gracias por el té —dice y se levanta dejando la taza casi llena.

—Tu madre y tú se parecen más de lo que crees —doña Rafaela camina detrás de ella—. Our wounds vienen de las heridas de las mujeres que nos preceden.

El estómago de Bromelia, ya caliente por el té, se calienta más y más. Vuelve a oír el llanto.

—¿Usted conoce a mi mamá? —pregunta, pero ya está sola en el vestíbulo.


—¿No crees que es rarísima? —Bromelia le pregunta a Dahlia cuando están en su cuarto esa noche.

Dahlia sonríe.

—Deja de decir que es rara. Ya te dije que es una curandera. Ella ve y siente cosas que tú no puedes ver o sentir. Pero eso no la hace rara.

—Ya sabes a qué me refiero —le dice Bromelia con una mueca de fastidio.

—¿Por qué estás toda freaked out?

Bromelia suspira.

—No sé. Pero están pasando cosas bien pinche raras.

Dahlia se recuesta en la cama.

—Me preocupas. Tell me the truth: ¿has estado bebiendo de más?

—¿Qué chingados quieres decir? —Bromelia camina de arriba abajo del pequeño cuarto.

—Meli, te pregunto porque me importas. La última vez que se te fue la mano…

Dahlia calla. Se habían prometido que nunca se recriminarían nada, pero ahora Bromelia se siente culpable.

Cuando se meten a la cama, Dahlia le da la espalda y mira hacia la pared, mientras que Bromelia observa el cuarto. Por debajo de la puerta entra una luz. Bromelia se frota los ojos y cuando vuelve a mirar, la luz ha desaparecido. “Fuck, no”, piensa. Se voltea hacia Dahlia y la abraza. Contempla el papel tapiz tratando de dormirse e ignorar lo que pasa afuera. Recorre con los ojos los dibujos de la pared y se da cuenta que en uno de ellos la mujer frente al río ha desaparecido. De repente, se esfuman todas las mujeres del papel.

“¿Qué…?” murmura.

Se acerca para mirar con cuidado y entonces siente como si cayera por un barranco. Golpea el agua helada. Patalea y grita, pero las olas la embisten y la avientan de aquí para allá. Trata de tomar aire y siente pánico. Patalea tan fuerte como puede, estirando los brazos hacia las nubes esponjosas. La corriente la lleva y el agua helada le corta la piel, la deja en carne viva. Patalea y patalea, manoteando el aire.

—Let go —le dice una voz—. Es la única forma de llegar al otro lado.

Exhausta, obedece y deja de luchar. El agua se la traga y la jala hacia el fondo.

Tratando de tomar una bocanada de aire, Bromelia se despierta. Voltea a ver a Dahlia, que sigue dormida. La sacude para despertarla, pero ella ni se inmuta. Bromelia vuelve a oír los lamentos y se cubre los oídos con la almohada. No sirve de nada. El llanto resuena en su mente y en su pecho. Deja caer la almohada al suelo y se acerca a la puerta. Saca una linterna de su morral y camina escaleras abajo, pisando firmemente cada escalón. De las rasgaduras del papel tapiz salen chorros de agua helada.

Abre la puerta del sótano. Una luz la ciega y el llanto le lastima los oídos. Mira unas figuras luminosas que están sentadas contra una pared. Todas son niñas, tienen el cabello largo y oscuro. Lloran. Varias mujeres (algunas viejas, otras jóvenes) están sentadas justo enfrente, apoyadas en la pared contraria.

—Niña, pásame la cobija —le pide una de las mujeres luminosas sin girarse.

—¿Doña Rafaela? ¿Es usted? What the fuck is happening?

—Niña, por fin viniste.

—¿Qué? No…

Bromelia mira alrededor y encuentra la cobija. La toma y se acerca para dársela a doña Rafaela, que la coloca sobre los hombros de otra mujer.

—¿Qué es todo esto? —Bromelia mira a las niñas sentadas junto a la pared. Su llanto no se escucha tan fuerte como antes.

Doña Rafaela se pone de pie, se desempolva el vestido y abraza a Bromelia:

—Let go.

Bromelia mira a doña Rafaela, detrás de ella las niñas mueven los brazos como si imitaran a Bromelia cuando se estaba ahogando.

—No entiendo qué está pasando —dice y se cubre la cara.

—Ay, mi niña —doña Rafaela le acaricia los brazos—. Look at the girls. ¿Qué son?

—What?

—¿Cómo que “what”? Stop con tanto “what”. Observa. Realmente obsérvalas.

Bromelia mira alrededor del cuarto. Todas las niñas llevan puesto un vestido morado, igual al que vio la otra noche.

—¿Son de… humo?

Puede ver a través de las niñas. No tienen piel o huesos. Y brillan. Algunas brillan más que otras. Algunas no lloran. Otras lanzan chillidos.

Las facciones de doña Rafaela se suavizan.

—¿Sientes que te ahogas? ¿Como si te tragara un agujero muy oscuro? ¿Te da miedo pensar de que no podrás salir? O peor, ¿que no quieres encontrar una salida?

Bromelia está a punto de llorar. Así se ha sentido desde que tiene memoria.

—¿Por qué están sufriendo?

—Nuestro dolor está anclado al dolor de la niña dentro de nosotras. Su llanto, como lo llamas, es el aullido de ataque de la Llorona. Sirve para llamar a las niñas perdidas —Doña Rafaela tamborilea sobre el corazón de Bromelia—. No habrías llegado hasta aquí si no estuvieras lista —le asegura—. Let go, mija.

—No —Bromelia da un paso atrás. Esto no puede ser real. La idea de soltar todo el dolor que lleva dentro es tentadora, pero se siente imposible.

—Aquí puedes expulsar a la niña que se está pudriendo dentro de ti. A la niña herida que no pudiste proteger. Cuando cantamos la canción de la Llorona, nos encontramos con nosotras mismas. Are you ready?

Bromelia se limpia los mocos con la manga. Quiere creerle a doña Rafaela y piensa en su madre, sus hermanas, sus tías, sus abuelas. Hay tanto dolor. Si doña Rafaela tiene razón, ¿por qué le toca sanarse a ella primero? Bromelia aprieta los párpados hasta que le duelen.

—Mami —balbucea, y los ojos se le llenan de lágrimas.

—Está bien si empiezas contigo, niña. ¿Estás lista?

Al principio, la canción de Bromelia suena como un grito lleno de rabia, pero después se convierte en un chillido lleno de pena, hasta que, finalmente, aúlla una melodía de esperanza.

Doña Rafaela se acerca y le pone la palma de la mano sobre la frente. Se le cuela una sensación cálida hasta lo más hondo, haciendo que su estómago se contraiga. Bromelia siente un fuego en su interior. Le da náuseas, luego arcadas y llora hasta que vomita. Cae de rodillas y doña Rafaela le recoge el cabello. El cuerpo de Bromelia se estremece y expulsa la masa viscosa que llevaba atorada en su interior. Frente a ella, una niña en un vestido morado lanza un chillido. La baba que la cubre tiene un olor fétido.

—¡Ay, mis hijas! —grita doña Rafaela tan fuerte como puede.

La niña trata de arañar a Bromelia, que se estira para alcanzarla.

—Por favor, por favor, por favor. Stop it —lloriquea.

La niña es humo danzante, luz cegadora, aliento de un día helado.

—No puedo. No puedo. No puedo —grita Bromelia, arañando el suelo bajo la niña, sin poder tocarla—. No sé cómo.

El humo la envuelve y se concentra como un collar alrededor de su cuello, ahogándola.

—Duele. Duele. Duele —llora la niña con las manos en el pecho.

Bromelia apoya la cara en sus rodillas. Gimotea. La presión desaparece, pero el olor a salvia encendida persiste.


Cuando Bromelia abre los ojos está de regreso en su habitación. Está saliendo el sol y Dahlia ronca pegada a la pared. Se limpia la cara y se acomoda junto a Dahlia apretando el rostro contra su cabello.

Bromelia salta cuando ve a su yo de seis años con su vestido morado de holanes de pie frente a ella.

“Fuck me”, murmura Bromelia y sale corriendo a la cocina con la niña siguiéndola de cerca. Encuentra a doña Rafaela haciendo cafecito. El olor a humo de salvia se mezcla con el del café recién molido.

—Anoche, it felt exceptionally long, ¿no crees? —doña Rafaela toma un sorbo y mira a Bromelia.

—¿Usted también ve a la niña? —Bromelia señala a la pequeña que se sentó a la mesa y ahora balancea los pies sin tocar el suelo.

—Can you see la mía? —doña Rafaela le ofrece una taza.

—No. Stop. ¿Qué chingados quiere decir eso? What’s happening?

Doña Rafaela mantiene la calma.

—Cantaste el llamado de la Llorona y encontraste a tu niña.

—¿Y ahora tengo que cuidarla?

—Es tu responsabilidad quererte, perdonarte y cuidarte a ti misma.

Doña Rafaela le peina el cabello a la niña con los dedos.

—¿Y cuándo va a desaparecer? —dice Bromelia y se abraza a sí misma.

—Vienen y van. Healing no es un camino que termine. Todas cantamos la canción de la Llorona muchas veces en nuestra vida.

Bromelia mira a la niña frente a ella.

—What happens if I can’t do it? Cuidarla, I mean —mientras habla la niña comienza a llorar.

Doña Rafaela aprieta los labios y posa una mano en su hombro.

—Ay, mi niña.

Bromelia se sienta a la mesa junto a su niña. Una ráfaga de humo hace que se le llenen los ojos de lágrimas. La niña la abraza con brazos de humo y Bromelia siente una presión ardiente en el pecho. De los ojos de ambas empiezan a emanar dos ríos.



Sonia Alejandra Rodríguez es originaria de Juárez, México, pero se crió en Cicero, IL, después de emigrar a Estados Unidos. Su obra ha sido publicada en Hispanecdotes, Everyday Fiction, Acentos Review, Newtown Literary, Longreads, Lost Balloon, Reflex Fiction, entre otros. Enseña en LaGuardia Community College en Nueva York. Para más información se le puede encontrar en soniaarodriguez.com.

Sonia Alejandra Rodríguez is an immigrant of Juarez, Mexico and was raised in Cicero, IL. Her creative writing appears in Hispanecdotes, Everyday Fiction, Acentos Review, Newtown Literary, Longreads, Lost Balloon, Reflex Fiction, and elsewhere. She teaches at LaGuardia Community College in New York City. For more information, visit soniaarodriguez.com.
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